Lo cotidiano se vuelve mágico. "Traducción de la ruta" de Laura Wittner.
- Pablo Carrazana
- 14 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Dentro de la pluralidad de voces con la que se despliega la poesía argentina contemporánea, todavía es posible encontrar figuras que, iniciadas en la década de los 90, continúan produciendo obras llenas de vitalidad y peso. Es el caso de Laura Wittner quién acaba de publicar su último libro para mostrarnos una vez más la fuerza de una voz que construye un universo luminoso en los aconteceres cotidianos de su vida.
Como si el título del poemario confirmara la labor de la poeta, Laura Wittner se encarga de llevarnos a través de un recorrido que ilumina la cotidianeidad de su mundo y que en ese gesto también lo vuelve nuestro. De esta manera, como si respondiera a la gran pregunta de Octavio Paz “¿No sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?”, la escritora ilumina cada uno de los rincones por donde su mirada se posa. Instantes precisos que se nos presentan como pequeñas fotografías que pueden abarcar tanto unas vacaciones en familia, como la hora de la cena en un domingo a la noche. La voz se encarga de atrapar esos momentos que, en una situación normal, se nos presentarían como simples acontecimientos banales pero que, mediados por la palabra y su materialidad, nos muestran una escena en donde algo mágico se despliega.

El libro está dividido en tres partes. Una primera parte (“Diez respuestas verdaderas a preguntas ficticias”) en donde es posible apreciar el uso de un ejercicio retórico para dejar escapar versos como respuestas que solo la poesía pretende dar. Pero ¿puede la poesía responder algo? Quizás lo importante no sea obtener una afirmación que clausure toda duda sino, simplemente, dejarse llevar por esas palabras inquietas que dicen más de lo que callan:
Por qué cuando me gusta mucho una canción tengo que imprimir la letra
La tinta me afirma sobre algo
y ya no creo que me haga tatuajes.
Más bien voy a entonar
leyendo de una hoja
acompañada por la voz cantante.
Así como pongo hielitos en el té
y los miro disolverse en su espuma
justo después de crujir y ceder.
Así como apoyo los pies
en el límite entre las dos baldosas
o sobre esta huella húmeda
que va secándose a medida que se aleja.
En la segunda parte del libro (“Lo imperfecto es nuestro paraíso”), la escritora no solo nos muestra esos momentos de intimidad, sino que también los presenta con su prisma, con una mirada que despojada de palabras enrevesadas nos deposita frente a un lenguaje cristalino por donde vemos desfilar una voz que puede ser madre, amante y trabajadora de la palabra. Son estas tres facetas las que de alguna manera permiten que nos adentremos en ese territorio mágico de su cotidianeidad y en donde ya no hay lugar para lo mundano sino para su opuesto. Hay en el libro una suerte de paraíso capturado mediante el lenguaje y que transmuta lo privado (entre otras cosas) en un momento de asombro. Así, como lectores nos dejamos sorprender por poemas que como si fueran una fotografía, en su belleza atrapan toda nuestra atención:
Me levanto a las seis
Y entre sombras voy a la cocina.
Pongo el agua a calentar, toco
tarros, frascos, muevo cosas.
Es entonces cuando sobre la ventana
una luz empieza a producirse.
No la habitual. Levanto la cabeza
para verificar, pero ¿qué es?
¿Resplandece algo rosa en los vidrios?
Saltan las tostadas. Yo me inclino
sobre mi hija para despertarla.
Tan lentamente se sienta
que me aparto para no agitarle el mundo.
Inmóvil, casi sin abrir los ojos
identifica algo que la hace dudar
ahí, cruzando la persiana.
Me mira fijo.Frunce el ceño.
Hay como un rosa, ¿no?, decimos.
La última parte es la que da nombre a todo el libro. Es interesante pensar el acto de traducir en concordancia con el acto de la escritura. Traducir siempre implica que un sello propio y un gesto particular se escapen en ese intento de objetivar aquello de lo que se habla. A su vez la analogía también permite comprender el oficio de la poeta y el universo que nos regala a través de su poemario: la ruta como camino por un lado y el acto de traducir esos paisajes para nosotros, sus lectores.
En los viajes el tiempo se despliega
Nacen ramales de ramales,
riachuelos se pierden y se absorben
y de lo absorto nacen fuentes; abanicos
de horas en los que cada hora
se abre en abanico. Al volver
ese tiempo del viaje
es un bollito tirado en un rincón.
De noche, con un vapor fantasmagórico
ilumina todos los rincones.
Todos estos son los elementos con los que la poeta trabaja. Al llegar hacia el final del libro es imposible no dejar que la cabeza se vuele, como si en palabras, imágenes y recuerdos sintiéramos la nostalgia de estar volviendo de ese recorrido para emprender asombrados la traducción de nuestra propia ruta personal.

Laura Wittner (1967). Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, coordina talleres de poesía y trabaja como traductora para diversas editoriales. Colabora en diversos medios y además de poesía también escribe libros de literatura infantil. Entre sus libros publicados se destacan su obra poética reunida “Lugares donde una no está” (2017) y “Traducción de la ruta” (2020), ambas publicadas por la editorial GOG Y MAGOG.
Hermosa reseña! Qué poemas tan transparentes también. Se agradece