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La marginalidad como poesía visual

  • Gabriela Ortiz de Guinea
  • 24 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 7 jul 2020

En una época culturalmente caracterizada por pensamientos conservadores y regresivos, que muchas veces son alentados desde los mismos gobernantes, Barry Jenkins no temió en emprender un proyecto cargado de denuncia social, allá por el 2017.



Tres años atrás, el joven director Barry Jenkins presentó su segundo largometraje con la impronta de evidenciar la intolerancia racial y sexual que vivía su país. Tristemente, Moonlight sigue vigente en la actualidad. Por eso, recordar una vez más este film hoy, en el 2020, parece tan socialmente pertinente, como artísticamente necesario.


Inspirada en la obra teatral In Moonlight Black Boys Look Blue de Tarell Alvin McCraney, este film narra la vida de Chiron, un niño al que vemos crecer y desarrollar su personalidad a lo largo de tres etapas de su vida, las cuales son mostradas en distintos capítulos. Con tan solo 10 años, el primer Chiron (Alex Hibbert) que se ve en escena no solo sufre el acoso de sus compañeros de colegio, sino que carece de una figura paterna en su hogar, por lo que entabla una relación casi familiar con Juan (Masherlala Ali), un narcotraficante que quiere ayudarlo y tiene entre sus clientes a la madre de Chiron (Naomi Harris).


Así, el protagonista entra en la adolescencia, viviendo en un barrio marginal de Miami y con una madre adicta al crack. La violencia sigue siendo un tema recurrente del film que también ahonda en la sexualidad de Chiron. Aquello que era insinuado desde el comienzo del relato se afirma en la pura y honesta relación entre este joven y Kevin, su único amigo. De esta forma, el amor se mezcla con el sufrimiento que transmite cada mirada del segundo Chiron (Ashton Sander). Recién hacia el tercer el episodio del film que podemos ver las consecuencias del contexto en el que le tocó crecer a quien solía ser un niño tímido y retraído pero decidió seguir los pasos de su mentor, Juan. A pesar de todo, se hace imposible no empatizar con el Chiron (Trevante Rhodes) de este último capítulo.


Los temas que recorre la película podrían fácilmente haber caído en la construcción de personajes estereotipados, pero el elegante guion de Jenkins evita los clichés e inunda a estos seres de complejidad y humanidad. El mayor ejemplo de esto es el personaje encarnado por Masherlala Ali, que gracias a su impecable trabajo interpretativo se vuelve un sujeto lleno de matices, que no llega a ser nunca un villano pero tampoco un héroe. La sincera relación de Juan con Chiron es tan real como el hecho de que es él quien le vende drogas a su madre y de forma indirecta destruye su infancia.



Los golpes bajos en los que comúnmente caen los directores hollywoodenses son dejados de lado para emocionar desde las imágenes, la puesta en escena se vuelve clave en Moonlight. Desde su comienzo la cámara realiza movimientos poco convencionales, como por ejemplo el travelling circular de los narcotraficantes usado con la intención de describirlos sin recurrir a planos generales. Lo mismo ocurre con la utilización de la pantalla ancha y los primeros planos que refuerzan la sensación de intimidad y empatía con el mundo que construye el film. Estas cuestiones técnicas son, tal vez, uno de los mayores aciertos del film.


La estructura episódica de Moonlight la aleja, a su vez, de otras producciones donde también se tematiza el crecimiento de un personaje; el más reciente es el caso de Boyhood de Richard Linklater. Jenkins nombra cada capítulo bajo las diferentes identidades que va adoptando el niño devenido en adulto: Little, Chiron y Black. Estos saltos en el tiempo suponen una elipsis narrativa que esfuerza al espectador a reconstruir los momentos de la vida de Chiron que fueron eludidos, aportándole un sofisticado dinamismo al relato.


Musicalmente, estos capítulos se encuentran acompañados por una atractiva mezcla que va desde el clásico hasta el hip hop, con el fin de resaltar la tensión dramática y el cambio en la personalidad del personaje principal. Es por esto que en muchos momentos del film la música juega un papel primordial, como en la movilizante escena donde Juan le enseña a nadar al niño y en la que se plantea una situación casi bautismal, gracias a la música y al movimiento de la cámara en el océano.


Con un estilo único, Jenkins demuestra que no es necesario caer en estereotipos u representaciones que afecten directamente al espectador, sino que las emociones pueden ser generadas a través del efecto poético de la imagen; porque si hay algo en lo que Moonlight se destaca es en su belleza casi hipnótica y su elegancia técnica. A pesar del paso del tiempo, vale la pena recordar películas como ésta y resignificarlas en el contexto que nos acontece.





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